REVOLUCIÓN
INGLESA 1688
La Revolución
Gloriosa fue el derrocamiento de Jacobo II en 1688 por una unión
de parlamentarios y el Estatúder holandés Guillermo de Orange, que
dio lugar en Inglaterra.
La Revolución está
fuertemente asociada con los sucesos de la Guerra de los Nueves años
de la Europa Continental y se puede ver como la última invasión con
éxito de Inglaterra. Puede argüirse que con el derrocamiento de
Jacobo comenzó la democracia parlamentaria moderna inglesa: el
monarca nunca volvería a tener el poder absoluto, y la Declaración
de Derechos se convertiría en uno de los documentos más importantes
de Gran Bretaña. La deposición del monarca católico Jacobo II
acabó con cualquier oportunidad de que el catolicismo fuese
restablecido en Inglaterra, y también condujo a la tolerancia de los
protestantes no conformistas.
ANTECEDENTES DE LA
REVOLUCIÓN
Tras la época de la
implantación de la República por Oliver Cromwell(1649-1660), la
monarquía absolutista y autoritaria fue de nuevo instaurada en la
persona de Carlos II (1660), monarca inteligente que supo mantener el
orden en un país en el que las cuestiones religiosas comenzaban de
nuevo a encenderse. En 1662, fue aprobado por el parlamento un
conjunto de normas conocidas con el nombre de código
Clarendon, debido a su
adalid principal, el puritano Lord Clarendon,
Al mismo tiempo,
comenzaban los problemas derivados de los diferentes conflictos
bélicos en los que Inglaterra tomaba parte. Por un lado, la venta de
Dunkerque a los franceses suscitó bastantes recelos por parte del
parlamento y de la opinión pública. A raíz de ello, y pese al
éxito de la lucha contra España (batalla de Villaviciosa,
1665), el descontento popular iba en aumento, sobre todo por los
reveses sufridos en la guerra que Inglaterra había iniciado en 1665
contra las Provincias Unidas. Sin embargo, este hecho y la alianza
que Carlos II mantuvo con Luis XIV de Francia por la que proclamó la
libertad de cultos, incluidos los católicos, exasperaron tanto al
pueblo como al Parlamento.
Los últimos años del
reinado de Carlos II estuvieron marcados por el problema de la
sucesión al trono. Parte de los parlamentarios, principalmente los
whigs, presentaron dos leyes destinadas a fundamentar la
futura monarquía parlamentaria: la Ley de Exclusión (Bill of
Exclusion) por la que pretendían alejar del trono inglés a
cualquier católico, y el Bill del Habeas Corpus, por
el cual se quería garantizar la libertad del individuo frente a
cualquier arbitrariedad monárquica que derivase en una detención
injusta. El mejor presentado al trono era el hermano de Carlos II,
Jacobo, duque de York. Sin embargo, los whigs le rechazaban
por su catolicismo y preferían a su hija María o incluso al duque
de Monmouth, hijo natural de Carlos II. Los continuos
enfrentamientos entre ambas cámaras parlamentarias tuvieron su
réplica militar correspondiente, aunque en el ambiente pesaba
demasiado que nadie quería una nueva guerra civil. Así pues,
Carlos II gobernó desde 1679 hasta 1685 como un monarca absoluto, al
haber disuelto las cámaras de los lores y de los comunes violando,
en consecuencia, el Trienal Act, que obligaba al monarca a
convocar un parlamento al menos cada tres años. En su lecho de
muerte se convirtió al catolicismo.
Las luchas entre los
diferentes parlamentos por aprobar las leyes anteriormente citadas no
lograron evitar que el duque de York sucediese a su hermano como
Jacobo II. En los primeros momentos de su reinado contó con el apoyo
tácito de varios sectores del Parlamento que le ayudaron a vencer
una importante sublevación de Escocia y Cornualles. Sin embargo, a
la derrota de los insurrectos, siguió una terrible y sangrienta
represión que levantó las iras de la opinión pública. Además, en
abril de 1687, la imprudencia de Jacobo II llegó a límites
temerarios: en una formal reunión parlamentaria con el objetivo de
reclamar más dinero al erario público, Jacobo II pidió la
abolición del bill del Habeas corpus y del bill of
test, prueba de anti-catolicismo de todos los parlamentarios, así
como el mantenimiento de un ejército permanente, pero el Parlamento
se negó a cualquier concesión.
Jacobo II continuó
con su política a favor de los católicos, patrocinando la estancia
en Londres dirigiendo a la población a convertirse a la religión
romana, además de permitir la entrada en las islas a las órdenes
religiosas católicas. Para complicar aún más la cuestión, el 30
de junio de 1688 nació Jacobo Eduardo, primogénito de Jacobo II
cuyos derechos de sucesión primaban sobre los de su hermana María.
CONSECUENCIAS
Realmente, el texto
del Bill of Rights no es novedoso, sino que está basado en
los principios que regían el reino desde tiempos medievales. Sin
embargo, la Revolución Gloriosa tiene como punto culminante
el reparto de poderes entre el rey y el parlamento, lo que dio por
finalizada la espinosa cuestión que había llevado al país a
conocer desde un gobierno republicano hasta una monarquía
sesudo-católica. Con la aprobación del Toleration Act unos
meses más tarde, que permitía la libertad de culto a las minorías
protestantes no anglicanas, aunque no a los católicos, se puso, a su
vez, fin al problema religioso. Todo el entramado de relaciones
socio-políticas inglesas será excelentemente enunciado por el
filósofo John
Locke en su obra Ensayo sobre el poder civil (1690), en
la que se describe el modelo inglés como la forma política
más adecuada para todos los países europeos.
Lo que más llama la
atención de la Revolución Inglesa es el hecho de que una
cuestión tan sumamente complicada como es la deposición de un nuevo
rey y el reparto de poderes entre éste y el Parlamento se llevase a
cabo sin el habitual derramamiento de sangre. Los partidarios del rey
Jacobo II, denominados comúnmente jacobitas, se refugiaron en
Escocia, sobre todo en las Highlands, y en Irlanda, donde aún podían
mantener a salvo su catolicismo. La represión contra los habitantes
de esos países fue sangrienta y brutal, llegando a desaparecer casi
en su totalidad en Escocia. Por lo que respecta a la católica
Irlanda, el problema es tan actual que, nuevamente, pasado y presente
de la Historia se confunden en una auténtica paradoja.
No hay comentarios:
Publicar un comentario